República Democrática del Congo: si fueran gorilas...
por ramón arozarena
La actriz norteamericana Mia Farrow, embajadora de Unicef, tras visitar el este de la RD Congo, acusó el 15 de diciembre pasado a las capitales occidentales de apatía ante las atrocidades que acababa de descubrir.
"Pienso que si la población del Kivu-norte fuera una comunidad de gorilas, hace tiempo que se habría encontrado una solución". Me pareció una declaración un tanto desmesurada, aunque con la virtud que siempre tiene la provocación en boca de un personaje famoso. Ha pasado ya un mes, y no puedo menos que suscribirla y añadir por mi cuenta: "Si fueran gorilas…, pero sólo son negros". Extiendo la acusación de apatía no sólo a nuestros gobiernos e instituciones, sino a la sociedad organizada y a la ciudadanía en general.
Tras ocupar durante unos días portadas en los medios de comunicación, el Congo es ya invisible, como si hubiera dejado de existir el sufrimiento y la desolación de cientos de miles de personas. Bien es cierto que aparecen reportajes de magníficos escritores y fotógrafos, que a la postre sirven para alimentar nuestras necesidades de consumo periódico de espectáculos del horror, pero temo que no sirvan para movilizar voluntades políticas y conciencias ciudadanas.
Contrasta esta apatía e indiferencia hacia la suerte de los congoleños con la agitación política y social que, afortunadamente, ha generado otro de los horrores actuales: el despiadado ataque israelí a Gaza; nuestra solidaridad con los más de 1.000 muertos y con el pueblo palestino nos engrandece moralmente, pero me permito apuntar que el olvido de la gigantesca tragedia congoleña (a los 5 millones de muertos entre 1998-2003, se suman varios miles hoy y el desplazamiento de más de 200.000 personas abandonadas a su suerte) nos empequeñece y contamina también moralmente.
Durante meses y desde ámbitos muy diversos, se ha reclamado la intervención de una fuerza militar europea, con mandato por la ONU. No ha sido posible porque los países europeos están divididos entre el deber moral de evitar una catástrofe humanitaria y los intereses económicos, que son los que, al final, imponen su lógica. Es evidente que la guerra del Kivu no habría tenido lugar si esta zona no albergara grandes riquezas mineras. Numerosas multinacionales son las que en realidad mantienen la guerra.
En esta mortífera empresa están ayudadas por algunos países africanos, como Ruanda, por donde transitan los minerales explotados ilegalmente y comercializados en el mundo. Los beneficios de este negocio ilegal refuerzan la economía ruandesa y permiten a los señores de la guerra financiarla, pero también las sociedades ricas somos las beneficiarias.
En el movimiento rebelde CNDP, que está en el origen del conflicto, han surgido divergencias. El hasta ahora líder Laurent Nkunda ha sido destituido por su jefe de Estado mayor, Bosco Ntaganda. A los dos les une su condición de criminales perseguidos por la justicia internacional. Nadie sabe, más allá de proclamas propagandísticas, quién manda realmente en el movimiento ni la naturaleza de la división interna.
Todo parece indicar que Ruanda, gran valedor hasta ayer de Nkunda y acusado por informes de la ONU como el urdidor de la inestabilidad en el Kivu, ha optado, quizás presionado por sus padrinos británicos y norteamericanos, por un arreglo con el gobierno de Kinshasa y por eliminar, como una cesión por su parte, al ya incómodo e incontrolado Nkunda. Mientras tanto, las conversaciones de paz promovidas por la ONU, con los ex presidentes de Nigeria, Obasanjo y de Tanzania, Mkapa como mediadores, están empantanadas; la representatividad de los delegados de la rebelión es dudosa y sus exigencias son inasumibles por el gobierno congoleño. Todo sigue igual en el Masisi y en Rutshuro, territorios controlados y administrados por la rebelión, y sigue el expolio de las riquezas, el abandono de las aldeas, los campos de desplazados, la incertidumbre y desesperación de las gentes.
Lo que sí han acordado los gobiernos de Kinshasa y Kigali el 8 de enero es un plan conjunto para la expulsión del suelo congoleño de los rebeldes hutu ruandeses (FDLR), cuya presencia y actividad ha sido el pretexto permanente para justificar la intervención de Ruanda. Muchos habitantes del Kivu han visto con pavor al jefe de Estado-mayor ruandés James Kabarebe llegar a Kinshasa para ultimar dicho plan; se trata del mismo personaje que destruyó a cañonazos los campos de refugiados de Goma y Bukavu en 1996, responsable último del asesinato de más de 200.000 fugitivos (por lo que está encausado por el juez español Fernando Andreu) y el que en agosto de 1998 aterrizó con tropas ruandesas en Kinshasa para dar un golpe de Estado contra Kabila padre, ocupó y saqueó hasta 2003 amplias zonas del este de la RD Congo. Aparece ahora como protagonista de una operación de pacificación con esa tarjeta de visita repleta de crímenes.
Las FDLR, que ciertamente cometen en el Congo toda suerte de violencias, dicen estar dispuestas a desarmarse e incluso a regresar a su país si se produce una apertura del régimen ruandés, si el retorno es controlado por la comunidad internacional y se garantiza una justicia justa. Condiciones inaceptables para el gobierno de Kigali.
Lo más previsible, caso de que el plan diseñado se ponga en práctica, es que las fuerzas armadas congoleñas con el apoyo logístico y militar de Ruanda lancen una operación de fuerza, cuyas consecuencias son también desdichadamente previsibles: una carnicería y una expatriación forzada de miles de civiles hutu, calificados en bloque de genocidas.
Si fueran gorilas…, pero son sólo negros. No pasa nada.
Fuente: http://www.noticiasdenavarra.com/index.php
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