José Coy no es ni diplomático ni delicado. Se expresa sin medias
tintas: "Esto va de que hay medio millón de familias que se van a quedar
en la cuneta, sin casa y con deudas", dice con acentazo murciano. La
gente le entiende, uno de los motivos de su liderazgo en la lucha contra
los desahucios. Eso, y su retranca: "Qué peligro tienes, reina, que lo
quieres saber todo", dice a la periodista.
"Lo que pedimos, la dación en pago, es el derecho a empezar de nuevo"
A punto él también de perder su casa, Coy, de 46 años, ha logrado que
en Murcia se hayan frenado 28 desalojos (de los 65 que han paralizado
en España). No solo eso. En colaboración con la Plataforma de Afectados
de Cataluña, los pioneros, se ha propuesto expandir el movimiento. "El
monstruo es muy grande, pero si resistimos y hacemos crecer la lucha,
esto lo ganamos, porque hay sentimiento", dice convencido.
Como
está en el paro, ejerce de consultor gratuito de quien quiera sumarse.
En los últimos dos meses ha estado en Granada, Almería, Jaén, Málaga,
Valencia, Córdoba, Sevilla, Madrid y Alicante. Y tiene previsto ir a
Cádiz, Albacete, Extremadura, Galicia y Asturias. "Donde me llamen,
voy", dice. Eso sí, hay que hacer colecta para pagar sus billetes y
ofrecerle un techo.
La cita es pues en Atocha, a medio camino de
uno de sus viajes. Coy lleva una bolsa del súper con una botella de agua
y un bocadillo envuelto en papel plata, más un maletín con una muda,
desodorante y papeletas a tres euros de un sorteo de productos
ecológicos murcianos. Nos sentamos en un banco a la sombra a charlar.
Nacido
en Alcantarilla (Murcia), esta no es la primera lucha que emprende. A
más de un empresario se le habrán puesto los pelos de punta al verle.
Antes batalló por los derechos de los trabajadores y, tras las revueltas
de El Ejido y la muerte de 12 ecuatorianos arrollados en un paso a
nivel en Lorca, por los de los inmigrantes. Él cree que lo lleva en la
sangre: "Soy nieto de republicano fusilado", dice. "He promovido huelgas
de 30.000 trabajadores, que eso había que verlo. Un día me despidieron y
sin que yo dijera nada se paró la fábrica de conservas", recuerda, y se
le saltan las lágrimas. Otra vez, cuenta, le pegaron una paliza cuando
intentó montar otra huelga por el despido de una trabajadora que más
tarde sería su mujer, con la que tiene un hijo.
La crisis le
sorprendió con una empresa de distribución textil recién creada. "Pero
el sector, a raíz de los chinos, empieza a flojear porque la
globalización es la globalización de la mano de obra barata, de los
trabajadores sin derechos... Eso se me junta con un problema hepático,
la empresa se me viene abajo y me voy al paro sin prestaciones.
Rehipotequé la casa, que estaba a punto de pagarse, y empezaron los
problemas". Coy, como muchos afectados, cayó en una depresión. En marzo
le llegó el anuncio de la subasta de su casa. Se puso en huelga de
hambre y logró paralizarla.
Del primer desahucio que ayudó a
frenar, dice: "De pronto nos dimos cuenta de que teníamos la capacidad
de hacerle frente a un banco y a un juzgado. Al principio en el grupo
había casi solo inmigrantes, pero cada vez llegan más españoles. Nos da
vergüenza decir soy pobre, pero vamos saliendo del armario. Lo que
pedimos, la dación en pago, es el derecho a empezar de nuevo. Vivimos
una situación excepcional y hay que buscar soluciones excepcionales. Si
no, millones de personas están condenadas a la economía sumergida y a la
persecución bancaria".
Respecto a las recientes intervenciones de
las fuerzas de seguridad que han evitado que se frenen varios
desalojos, señala: "La represión no nos va a callar, no a estas alturas.
Vamos a tener un otoño caliente, porque lo que yo quiero que haya es
una revuelta social", anuncia. "Y el 15-M es un regalo que nos ha caído
del cielo".
"¡Anda!", dice de pronto palpando sus bolsillos. Le acaban de robar la cartera. Delante de nuestras narices.
Fuente:www.elpais.com